“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.
(Aristóteles)
Maite Descalzo y Sergio Hunguet (del Instituto de Terapia Gestalt de Valencia) muestran que un enfado es, simplemente, el fruto de una frustración. Es decir, hay una necesidad que no ha sido cubierta y que se pone de manifiesto a través del enojo.
Pero esto, como todo, también tiene su parte buena, ya que se puede entender como una energía sana que surge para resolver una necesidad.
A menudo creamos en “el otro” la obligación de descubrir nuestras necesidades, le acusamos de lo que nos pasa, ya que es más fácil pensar que los demás tienen la culpa porque no nos entienden que asumir que nosotros no nos explicamos bien (si llegamos a hacerlo).
También el enfado puede ser utilizado como la forma de hacerse presente, de expresarnos y de constatar que los demás nos escuchan, de reafirmar nuestra posición en el mundo… En definitiva, “el modo de corroborar nuestra existencia”, dicen los expertos.
Esto del enfado es algo complicado… dejar escapar la rabia con demasiada frecuencia es tan dañino como fingir que nada nos importancia.
Ya lo decía Aristóteles, cualquiera puede enfadarse, pero con la persona, en el grado, momento, modo y propósito exacto no es tan sencillo.
¿Cuántas veces nos enfadamos con quien menos culpa tiene? ¿Cuántas veces acumulamos las cosas que no nos gustan y “saltamos” en el momento menos oportuno? ¿Cuántas veces montamos una discusión enorme de simples tonterías? A veces nuestras reacciones no se corresponden con el tamaño de los actos que las han provocado. Marco Aurelio lo decía así: “piensa cuanto más dolorosas son las consecuencias de tu ira que las acciones que la han originado”.
Usted puede enojarse, claro. Está en su derecho. Pero hazlo sólo si sabes cómo.
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