¡Yo quiero cambiar el mundo!

    ¡Yo quiero cambiar el mundo!
       Pero no sé cómo... 
     
     Sé que no me valen los intelectuales de 'copa y sofá' ni los que gritan entre las masas y después se encierran en su habitación para que la rotación del mundo no les pise los pies... Tampoco me valen los pesimistas, los materialistas ni los cobardes. No me gustan los que pronuncian más de una vez al día un 'total para qué', 'qué más da' o 'conmigo no cuentes' ni los que derrochan palabrería detrás de un atril.

      No sé... 
    Sólo sé que quiero cambiar para que mi mundo cambie conmigo... Cabe esperar que esto no será cuestión de cuatro días... Todo debe ir poco a poco. Seguro que el gris tomará un tono azul oscuro y luego, casi sin que me dé cuenta, todo irá tomando un matiz azul cielo... (con el azul cielo de fondo... todo brilla más).

    Todo es cuestión de matices, todo es cuestión de colores... 
     
    Hoy, por lo pronto, empezaré con una sonrisa... ¿te apuntas?


¿Azar?

         El Azar. En cierta ocasión, el marido de la señora Morpurgo me dijo que en la lengua hebraica esa palabra no existe: para indicar algo que se refiere a la casualidad se ven obligados a utilizar la palabra 'azar', que es de origen árabe. Es cómico, ¿no crees? Cómico, pero también tranquilizador: donde hay Dios, no hay sitio para el azar, ni siquiera para el humilde vocablo que lo representa. Todo está ordenado y regulado desde las alturas, cada cosa que te ocurre, te ocurre porque tiene un sentido. He experimentado siempre una gran envidia por quienes abrazan esa visión del mundo sin vacilaciones, por su elección de la levedad. Por lo que a mí respecta, con toda mi buena voluntad, no he logrado hacerla mía más de un par de días seguidos; delante del horror, delante de la injusticia, siempre he retrocedido: en vez de jusrificarlos con gratitud, siempre nació en mi interior un sentimiento muy grande de rebeldía.

Susanna Tamaro